Ya hemos regresado de la granja escuela y lo primero que hemos hecho ha sido concretar las fechas para volver el próximo curso. Al hacerlo me han venido a la cabeza unas palabras de un antiguo artículo sobre esta misma actividad.
Permitidme que comience esta entrada recordando esas palabras:
“… Comer juntos y revueltos con los compañeros de las clases de al lado,
ayudar al otro a enfundarse el traje de astronauta que nos protege de las
abejas, estar pendiente de que no le quede una rendija por donde pueda entrar
una, esperar pacientes a que nuestro amigo de delante se lave las manos para
que yo pueda hacerlo después, con el hambre que tengo, ayudarle a buscar el
calcetín perdido o a cerrar la maleta, prestarle la mano de mi peluche para que
duerma tranquilo o darle la mitad de mi maíz para que los dos podamos dar de
comer a las gallinas. Nada de lo que habéis leído es inventado ni agrandado.
Todo lo han hecho vuestros hijos, nuestros alumnos. Todo ha pasado y
volverá a pasar el curso que viene…”
Y ha vuelto a pasar. Sin embargo este año me quedo con otro detalle que compartir
con todos vosotros y que no quisiera pasar por alto, ya que no tuvisteis la
suerte de estar allí para vivirlo. Me refiero al esfuerzo que han hecho vuestros
peques para prevenir adversidades, afrontar algunas dificultades y superar no
pocos miedos. Para muchos de ellos era la primera vez que dormían fuera de casa
sin sus padres, la primera vez que se acercaban tanto a un animal para darle de
comer, la primera vez que se parapetaban en un traje de apicultor, etc, etc, etc… y
nada de esto les ha impedido disfrutar de la experiencia. Y eso precisamente es
lo que, a nosotros como maestros y a vosotros como padres, nos hace sentirnos
tan orgullosos de ellos. Han llorado al ver acercarse a una cabra, sí; han
llamado a su mamá, sí; se han agobiado cuando no podían sacar el saco para
dormir, sí; se han caído… pero se han levantado sonriendo, han sabido pedir
ayuda para sacar, y después meter, ese saco travieso, han sabido sobreponerse a
la ausencia, momentánea, de mamá y papá para dormir a pierna suelta con su
amigo del alma y han terminado acariciando a los animales con una sonrisa
orgullosa que no les cabía en su cara. En esencia, esto es lo que representa
esta etapa que ya termina. Porque eso que conocemos como “educación infantil”
es algo más que juegos, plastilina, construcciones, leer y escribir; es sentar
las bases de lo que serán de mayores y prepararles para solventar esas
adversidades que, con toda seguridad, todos encontrarán. Lo que hoy ha sido una llamada de atención de un granjero que no conocíamos mañana será una reprimenda del jefe; La hipoteca que nos perseguirá se parece a esa gallina que no deja de atosigarnos hasta que le damos lo que nos pide; Si un día nos deja el novio o la novia, estaremos un poco más preparados ya que un día pensamos que mamá y papá nos dejaban solos una noche y nos dimos cuenta que los encontramos al día siguiente; y encima aprendimos que siempre estarán a nuestro lado. Son ejemplos un poco exagerados, pero seguro que entendéis lo que quiero decir.
Enhorabuena chicos, habéis vuelto a sorprendernos. Sois vosotros, los niños, quienes nos enseñáis a los adultos que los problemas están para superarlos. Mil gracias por estos dos
maravillosos días con vosotros.
Dejadme que terminé como he empezado… “ ...nada de lo que habéis leído es
inventado ni agrandado. Todo lo han hecho vuestros hijos, nuestros
alumnos. Todo ha pasado y volverá a pasar el curso que viene…”