Uno de los cometidos más destacables que tenemos los
adultos con nuestros niños es acompañarlos en el proceso de socialización y,
durante el desarrollo de ese proceso, hemos de ayudarlos a superar su propio
egocentrismo, su exagerada consideración de que son necesariamente el centro de
atención y actividad generales. Es tarea nuestra facilitarles una visión de
seguridad en su entorno afectivo que los ayude a fomentar su autoestima y, por
tanto, favorezca su autonomía en las relaciones fuera y dentro de casa. Se
trata de una evolución continua que hace crecer al niño y lo integra dentro de
un entorno en el que convive día a día y que forma parte de su proceso
educativo y de maduración personal, en el que aprende a dar y a compartir…
Sin embargo, la sociedad no ayuda mucho, “te doy si me
das” o el “te doy para que me des” está cada vez más arraigado, la generosidad
bien entendida y el sentido del altruismo no son percibidos de una manera
homogénea por el conjunto de dicha sociedad, y sólo aquello que sobra o no nos
gusta es susceptible de ser compartido.
Ser conscientes de nuestras propias necesidades y
también de las necesidades del otro, darse cuenta de las satisfacciones que
aporta hacer felices a los demás y compartir en igualdad y justicia, ayudará a
obtener esa visión de solidaridad que haga superar la etapa, normal por otra
parte, de egocentrismo previa a la integración en sociedad de niñas y niños.
La capacidad de
identificarse con alguien y compartir sus sentimientos
Después de los cuatro o cinco años, niñas y niños
comienzan a ser capaces de empatizar, de poder identificarse de una manera
afectiva con el estado de ánimo de los demás, y poco a poco, van abandonando el
egocentrismo que guiaba la mayoría de las acciones que llevaban a cabo y
comienzan a percibir la existencia de otras necesidades y puntos de vista
distintos. Este proceso se enmarca dentro de una evolución continua, ya que día
a día se va formando una manera de entender y de comportarse con respecto a la
realidad de los otros que debe ser guiada, sobre todo por los padres, a través
del ejemplo, con actitudes más generosas y menos egoístas. Además, la familia,
los amigos y, la escuela, con un papel también relevante, suponen un marco
determinante para ayudar a recorrer este camino de crecimiento personal a niñas
y niños, que evitará que caigan en el egoísmo en etapas posteriores de su vida.
Poder interiorizar la solidaridad como una fortaleza, a través de la
experiencia diaria, fomenta un entorno más justo y humano para todos.
¿Qué quiere decir
“generosidad”?
Cuando el propio interés queda en un segundo plano y
nos inclinamos a tener en cuenta a los demás, nos encontramos con la semilla de
la generosidad. Cuando aún no han cumplido los seis años, niñas y niños no
tienen muy claros estos conceptos; saben distinguir cosas que sí son suyas y
cosas que no lo son, pero no son capaces de reconocer con claridad la
existencia de los demás al tiempo que afirman su identidad.
Un niño de esta edad puede percibir cuándo otro niño
está triste, lo puede ayudar a levantarse o llamarlo para que juegue con él, pero
no comprende en su totalidad las necesidades del compañero triste ni su
perspectiva. Por eso, es el momento de enseñarle a compartir de una forma
voluntaria lo que tiene y, no menos importante, de aprender también a recibir
de los demás. Así podrá valorar lo que aportan los demás, y facilitaremos más
el proceso hablando con él y ayudándolo a expresar sus sentimientos en el
momento de dar a los demás y en el momento en el que es él mismo el que
recibe…, y comentando cómo pueden sentirse sus compañeros y compañeras en cada
una de esas situaciones en las que se comparten objetos, juegos y pensamientos.
Así podrá valorar de una manera más fácil las necesidades propias y las de los
demás, y esta actividad nuestra fomentará el desarrollo de la generosidad en niñas
y niños.
Consejos sencillos
- Poner límites para que interiorice la existencia de
ellos.
- Establecer turnos para jugar con ciertos juguetes o
para hacer ciertas cosas, a fin de evitar conflictos.
- Reservar un tiempo para jugar con los hermanos o niños
más pequeños.
- Comentarle la conveniencia de compartir las cosas
para que todos lo pasen mejor y sea más divertido, empezando por los objetos
que no sean sus favoritos.
- Acostumbrarlo a utilizar “palabras mágicas”, como
“por favor” y “gracias”.
- Dar alguna galleta a otros niños, dejarles juguetes
y cuentos en el parque.
- Ceder el asiento a alguna persona en los medios de
transporte.
- Comprar algún pequeño regalo a otro niño con el
dinero de su hucha.
Según Pujol i Pons y Luz
González, en Valores para la convivencia (Parramón Ediciones),
podemos ser generosos a través de:
- Gestos: saludo confiado, mirada atenta, manos
afectuosas, ayuda amable, apoyo eficaz;
- Palabras: tono suave, alabanza
sincera, corrección sobria, aliento optimista, diálogo verdadero;
- Silencios: escucha atenta,
espera compartida, dolor acompañado, permanencia al lado, invitaciones al
silencio.
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